par Ana María Garzón
En 1852, en el ensayo Der 18te Brumaire des Louis Napoleon, Marx escribió: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. En este breve ensayo, a la luz de las lecciones aprendidas en el siglo XX y los inicios del XXI, me atrevo a cambiar la frase: la historia ocurre dos, tres, cuatro veces, primero como discurso, luego insiste en repetirse como farsa.
Hice una primera versión de este texto en el 2015, para una conferencia donde analizaba cómo una serie de videos de artistas ecuatorianos generaba discursos críticos frente a los conflictos históricos del país. En ese año, el presidente Rafael Correa, representante de la “Revolución Ciudadana”, llevaba siete años en el poder y el discurso del “socialismo del siglo XXI”, que prometía cambiar las matrices de desarrollo y llevar a la región a un novedoso estado de bienestar, donde la naturaleza adquirió derechos y las comunidades indígenas adquirieron la posibilidad de ser consultados sobre los usos de sus territorios, seguía embelesando a académicos, artistas y otros tantos entusiastas que llegaban a Ecuador para vivir y estudiar esa “revolución histórica”. El desfile académico fue notable.
Sin embargo, a más grandilocuente el discurso de la “Revolución Ciudadana”, más grande la decepción y más patéticas las excusas para justificar la criminalización de la protesta social, la ambición desbordada por la explotación petrolera, y los forcejeos por implementar la construcción de mega proyectos que no llegaron a terminarse.
Ahora, para AWC, estoy modificando el primer texto que escribí. Quise hacerlo desde hace un par de meses, pues siento que necesita una actualización para comprender cómo las obras analizadas hace unos años siguen dando pistas relevantes para establecer sentidos críticos en relación a la historia política, los complejos entramados del desarrollo y cómo estos afectan a la naturaleza. Así, esta es una versión filtrada por el tiempo, marcado por el fin del gobierno de la Revolución Ciudadana, por la crisis de Venezuela, por los escándalos de la constructora brasileña Odebrecht en América Latina, hechos que conforman parte del imaginario de la historia reciente del continente.
Las obras que inicialmente estudié eran siete, ahora me quedo sólo con tres: Cuenta regresiva (2005-2013), de Estefanía Peñafiel, A medio camino (2014), de Adrián Balseca, y Paradoja Manta Manaos (2011), de Rosa Jijón. Esas tres obras mapean distintos tiempos de la historia del país y muestran cómo varios discursos devinieron en farsas. Siento que es así hasta ahora. Otro presidente, otro discurso, otras farsas.
En un tour de force literal y metafórico, Estefanía Peñafiel pone el cuerpo para su obra Cuenta Regresiva y en un performance de larga duración, lee las Constituciones del Ecuador, redactadas entre 1830 y 1998 (en el 2008 se aprobó una nueva, sumando un total de 21 Constituciones). Peñafiel lee desde la última palabra del texto de 1998 hasta la primera palabra de 1830. Hay dos tiempos que se super ponen. El tiempo de la lectura hecha al revés y el tiempo de la edición, que vuelve a poner en orden al sonido de las palabras. Sin embargo, la falsa sensación de coordinación siempre está presente, sintiéndose como broma, como ejercicio inútil, como un glitch en un sistema de comunicación.
En una colección de 29 videos que suman 76 horas (4560 minutos), Peñafiel construye un portentoso monumento al fracaso. Todas esas palabras leídas al revés condensan la improductividad de los deseos de la política y la imposibilidad de llegar a acuerdos comunes, que se traducen en una constante sensación de habitar un estado fallido, que siempre está empezando y empezando y empezando. Los documentos oficiales se convierten en memorias de acuerdos no cumplidos.
La obra de Peñafiel revela la imposibilidad de entender la historia como una narrativa lineal y lógica, alterando las nociones del tiempo, mostrando un proceso cíclico de fundación y refundación de la nación. Además, desafía la noción del climax en la narración, dejando al espectador colgado en la tarea imposible (o terriblemente forzosa) de ver los 4560 minutos de grabación. Las palabras avanzan como una novela que se resiste a acabarse, el discurso va hacia delante mientras el mundo físico se mueve en reversa. Una duración cancela a la otra, mostrando la neurosis de un discurso político disfuncional que no termina nunca de implosionar.
En el territorio que ocupa ese país con decenas de Constituciones, Rosa Jijón y Adrián Balseca proponen dos tipos de recorridos con ideas que se intersectan. En el 2014, Balseca compró su primer auto: un Andino, el primer vehículo ensamblado en Ecuador. Le quitó el tanque de gasolina y se lo llevó de Quito a Cuenca. Remolcado por otros vehículos, tirado por burros, empujado por personas, el Andino de Balseca adquiere una dimensión crítica que interconecta distintos temas: el extractivismo, las redes de solidaridad, las relaciones con las máquinas…
El Andino salió al mercado en 1973, en pleno boom petrolero, y, aunque feo, estaba destinado a convertirse en el vehículo de un país que, finalmente, dejaba su pasado agrícola para subirse en al tren del progreso y el bienestar. En 1972, con la inauguración del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano, empezó la dependencia económica en la extracción de petróleo y la consecuente destrucción de la Amazonia. Como es sabido, los grandes discursos del progreso y la modernidad están abocados al fracaso: el Andino dejo de producirse a los pocos años de su lanzamiento y el bienestar económico creado por el boom petrolero también empezó a tambalear. Esos ciclos económicos se han repetido durante varias ocasiones, siendo el mismo gobierno de la Revolución Ciudadana beneficiario y víctima de uno de ellos. Aún así, el gobierno no ha tenido la menor intención de cambiar su matriz productiva. Y ahora que los precios del petróleo caen, intenta apostar por la minería.
Al mover su Andino sin gasolina 437 kilómetros, en un trayecto que tomó 6 días, Balseca hace pensar en otras vías para generar energías y proponer desplazamientos por medio del vínculo con los otros, abre posibilidades para imaginar otros futuros. El vehículo avanza como puede, sin prisa, con un silencioso sentido del humor y un goce que se regodea en el gesto prosaico de trasladarse sin gasolina, estorbando, posiblemente, a los vehículos acelerados, desafiando al tiempo que exige eficiencia y productividad.
Siguiendo la misma voluntad de hacer un recorrido, el video de Rosa Jijón, Paradoja Manta Manaos, enfrenta al espectador con la contradicción entre un discurso que pretende proteger el medio ambiente y la construcción de una carretera multinacional en la Amazonía, conocida como el Eje Multimodal IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana), que pretende unir el puerto de Manta, en Ecuador, con el puerto de Manaos, en Brasil. Desde el anuncio del proyecto, la organización indígena COICA (Confederación de Organizaciones Indígenas de la Cuenca del Amazonas) ha mostrado su rechazo, debido a los daños que este eje va a causar en su territorio. En Ecuador el caso es particular, ya que éste fue el primer país en incluir a los Derechos de la Naturaleza en su Constitución. Eso ocurrió en el 2008, pero más allá de la demagogia en su anuncio, los representantes del estado jamás han hecho nada por aplicar esos derechos.
El video está compuesto por una sola toma del río Napo, superpuesto por mapas de la Amazonia, y en el fondo suenan los rezos y cántidos de una ceremonia de limpieza, realizada por un curandero Quichua de la zona de Limoncocha. No hay referencias ni más documentos, solo la poética del paisaje y el movimiento del río. En ese río no se ven las fronteras ni los discursos, su calma es una llamado a repensar los modelos de desarrollo y las relaciones entre humanos y seres no humanos.
En esas obras, se muestra lo paradójico de los grandes proyectos históricos que definen qué es una nación, al tiempo que muestran cómo los artistas pueden bocetar nuevas hermenéuticas para interpretar los discursos históricos y políticos. Estas obras revelan los discursos, miran con sorna las farsas y las ven repetirse una y otra vez, sin embargo, como dice T.J. Demos, el arte tiene un rol importante para desenmascarar el fracaso de la política como la conocemos e imaginar nuevas posibilidades:
“Although art may not possess the visibility or communicative capacities of governmental politics, in the face of the perceived failure of such politics people not surprisingly will turn to other forums for alternatives, to imagine new ways to reinvent the world. In a time in which politics have invaded all private and public spheres, we can see how art escapes and unmasks political discourses, because of its ability to play with and revert it. The reform of which art is capable does not simply play a part in politics themselves, but transforms them”.
por Anamaría Garzón – Arts Of The Working Class
http://www.artsoftheworkingclass.org/text/farce-farce-farce